lunes, 27 de junio de 2011

CONSERVAR EL PATRIMONIO HISTÓRICO DEL PASILLO DE ATOCHA Y HOYO DE ESPARTEROS: ¿ES CUESTIÓN DE PRECIO O DE SENTIMIENTOS?

PASILLO DE ATOCHA / HOYO DE ESPARTEROS / LA MUNDIAL

Imaginemos un álbum fotográfico familiar en el que las imágenes estén dispuestas en sus páginas fundamentalmente de forma cronológica, de modo que en las primeras encontraríamos las habitualmente escasas fotografías de los bisabuelos, por supuesto en blanco y negro y donde el paso del tiempo ha dejado sobre el papel arañazos, raspaduras, manchas, etc.
A continuación aparecerían otras fotografías, menos antiguas, más recientes, que reflejan el transcurrir del tiempo inmortalizando visualmente los acontecimientos familiares más destacados: bodas, bautizos, fiestas del colegio, un primer paseo en bicicleta, un hermano jurando bandera, la graduación en la universidad, etc.
Supongamos ahora que nace nuestro primer hijo y, lógicamente, queremos incluir una fotografía de su primer día de vida, pero las páginas del álbum ya están llenas y no caben nuevas fotos. Resulta razonable pensar que mientras la mayoría de personas no dudaría en comprar un nuevo álbum y comenzar a llenarlo de nuevas imágenes, serían muy pocas, tal vez ninguna, las personas que optarían por colocar esa nueva imagen de nuestro hijo recién nacido en el lugar que ocupaba alguna foto de los bisabuelos que, previamente ha debido ser arrancada y rota en mil pedazos.
La primera de las dos opciones sería la actitud más común, porque los sentimientos humanos nos invitan a conservar nuestro pasado, nuestra historia; por supuesto sin por ello renunciar en ningún momento a construir nuestro presente y proyectar nuestro futuro, porque conservar la memoria no solo no es impedimento para vivir el ahora ni el mañana, sino porque, además, no queremos perder los vínculos con lo que una vez fuimos.
La situación, no obstante, sería muy distinta si nos fuese materialmente imposible poder comprar un nuevo álbum donde colocar las fotografías más recientes y entonces, solo entonces, tal vez nos planteáramos que esa foto gastada del bisabuelo quizás no valga la pena conservarla si con su destrucción logramos crear el lugar necesario para poder registrar ahí los acontecimientos de hoy, porque por más que tengamos cierto afecto y cariño a ese familiar ya desaparecido, mucho más importante para nosotros son nuestros deseos y necesidades presentes.
Pensemos ahora en Málaga, en la ciudad en su conjunto y por separado, distinguiendo su centro histórico, sus barrios, sus zonas nuevas de expansión urbana, la periferia... Miremos estos lugares ahora como antes mirábamos las páginas del álbum fotográfico familiar y reflexionemos estableciendo un sencillo paralelismo.
Al igual que antes solo nos parecía razonable arrancar y romper alguna foto antigua exclusivamente cuando nos era imposible disponer de espacio para ubicar las nuevas imágenes del presente, ahora tampoco parece razonable pensar que la nueva arquitectura tenga obligatoriamente que ocupar parcelas del Centro Histórico sobre todo si, para ello, es necesario demoler un edificio de cien, doscientos o trescientos años de antigüedad, salvo, por supuesto, que no existiese en toda la ciudad otro espacio libre y adecuado para hacerlo.
Sin embargo, la dimensión territorial del término municipal de Málaga es amplia (casi 400 Km2) y por supuesto no ha agotado la disponibilidad de suelo. Asimismo, el planeamiento urbanístico prevé decenas de millones de metros cuadrados de suelo para desarrollar nuevos edificios residenciales, comerciales, industriales, etc.
Así pues, demoler edificios históricos porque es imprescindible obtener suelo libre para construir nuevos inmuebles no tiene respaldo argumental. De hecho, el suelo edificado en el Núcleo Central Histórico de Málaga apenas ocupa 0,5 Km2 frente a más de 50 Km2 de suelo edificado o edificable en el resto del término municipal.
Entonces, ¿por qué tantos constructores y promotores inmobiliarios fijan sus miradas en ese escaso uno por ciento que representa el Centro Histórico en el conjunto de la ciudad de Málaga?, ¿por qué tantos cargos políticos están dispuestos a firmar estas licencias de demolición de edificios históricos? y ¿por qué tantos arquitectos están no sólo dispuestos, sino anhelantes y deseosos de reclamar su “derecho” a implantar nuevas arquitecturas en pleno Centro Histórico? ¿Por qué no les basta con el 99% del suelo urbano, que está disponible fuera del Centro Histórico?
La primera y la segunda pregunta encuentran su respuesta, idéntica para ambas cuestiones, a través de conceptos económicos como mercado, demanda, especulación, plusvalía y rentabilidad... que no consideramos necesario analizar con más detalle en este momento y baste resaltar solo su raíz más profunda: la avaricia.
La tercera pregunta es más difícil de responder porque no se trata de motivaciones puramente económicas, que casi todos los ciudadanos entienden sin problemas en esta nuestra sociedad capitalista, sino que hay que buscar las causas en razones probablemente de índole psicológica y, de forma más concreta, en factores relacionados con el ego y alguna de sus actitudes derivadas, como la soberbia y la envidia.
Desde este punto de vista es pues más sencillo entender porqué se han demolido ya seis de las ocho edificaciones que componían el Pasillo de Atocha –las otras dos tienen “los días contados”– y sobre cuya trama urbana histórica, que desparecerá irremediablemente al igual que la foto de nuestro bisabuelo a la que antes hacíamos referencia, se levantará una mole de hormigón de cuarenta metros de altura a escasos metros de un monumento histórico nacional como es la Puerta Islámica de las Atarazanas, situación pues muy parecida a la del Hotel Málaga Palacio cercano a la Iglesia Catedral de la Encarnación.
La gran mayoría de los ciudadanos perderemos parte de nuestro legado y solo unos pocos van a ganar con esta destrucción del Patrimonio Histórico:
        El gabinete del navarro Rafael Moneo firmará un diseño arquitectónico de muy cuestionable calidad artística, a cambio de varios cientos de miles de euros, ingresos que en absoluto serán generosamente repartidos entre sus becarios, con contrato temporal de prácticas y salario mínimo según convenio.
        La promotora Braser obtendrá una elevada rentabilidad económica en esta operación inmobiliaria, beneficios que por supuesto –¿quién quiere comunismo tras la caída del Muro?– no va a repartir entre los peones albañiles, con suerte mileuristas, sino entre su accionariado capitalista, tal vez con cuentas bancarias en Suiza y Andorra, al igual que la multinacional que se haga cargo de la explotación del futuro hotel y que generará “un puñado” de puestos de trabajo de baja cualificación y peor remuneración.
        ¿Y las arcas públicas, se verán beneficiadas? La pregunta no debe ser cuánto ingresará en concepto de convenios urbanísticos y licencias de obra el Ayuntamiento de Málaga, sino ¿en qué gastará Francisco de la Torre Prados ese dinero?, ¿cuántos salarios de cargos de confianza nombrados “a dedo” quedarán cubiertos con estos ingresos? o ¿qué derroche en obras innecesarias, como la de la reforma de la Plaza de la Merced –mientras Carreterías se “pudre”– se llevarán a cabo?
Entre tanto, la ciudadanía, sumisa, silenciosa, pasiva habrá perdido otro “trocito” más de su patrimonio urbano e histórico, otra página más arrancada de su álbum familiar y perdida para siempre. A cambio ¿qué habrá recibido? Como mucho unos pocos puestos de trabajo que, por ejemplo, también podrían haberse generado demoliendo los edificios de la calle Larios; claro que como en esa zona no se ha permitido que los propietarios descuidaran su obligación legal de conservación de los edificios históricos, ni se ha tolerado que los mendigos y drogadictos los ocupen una vez se forzó el abandono de sus antiguos y legales moradores, ni tampoco se ha descuidado la vigilancia para que múltiples incendios consecutivos conlleven la declaración de ruina, seguida por supuesto de la necesaria demolición por razones de seguridad pública, ni se ha permitido que los solares resultantes se llenen de escombros, matojos, ratas y cucarachas, tal vez la opinión pública no vería adecuada –incluso puede que se rebelara– la idea de demoler su preciosa, su querida, su presumida Calle Larios.
Aunque tal vez, solo tal vez, a cambio de muchos, muchos, muchos millones de euros los ciudadanos estuvieran dispuestos a vender el lugar donde se materializa su memoria colectiva, su Historia, negándosela así a las generaciones futuras. Pero ¿y a cambio de unos céntimos?, ¿estarían dispuestos los ciudadanos malagueños a vender la calle Larios por unas "migajas"?